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Cuando nos decidimos a dar el paso de la película química al formato digital nos enfrentamos a una nueva manera de hacer fotografía.
La fotografía macro -fotomacrografía, que dicen los lingüistas- siempre ha sido un mundo fascinante para propios y extraños.
Aunque genéricamente hablamos del retrato como si se tratase invariablemente de la fotografía del rostro de una persona, su esencia va mucho más lejos.
Literalmente y según una sesuda definición, bodegón podría definirse como: aquella fotografía en la que se representan una serie de naturalezas inanimadas.
Posiblemente llevados por la ley del mínimo esfuerzo, es relativamente difícil encontrar fotógrafos que utilicen el enfoque manual para realizar sus capturas, dejándose llevar casi siempre por el oscuro encanto del enfoque automático. Ciertamente muy pocos son los que le dan un verdadero valor a ese instante -mágico si se quiere- donde una mancha borrosa se convierte en una nítida realidad. Tristemente caemos poco a poco en lo fácil y nos olvidamos que, a veces, lo difícil -mejor dicho, lo menos fácil- da mejores resultados.
En efecto, como dirían algunos, “hay vida mas allá del autofocus”. Probablemente sea este uno de los puntos que las cámaras digitales -sobre todo las compactas- tienen que mejorar. Los sistemas de enfoque montados en los nuevos cuerpos no están a la altura ni de la tecnología ni, por supuesto, del precio de una cámara digital.
Por regla general, la cámara utiliza diferencias de contraste en la escena para enfocar la imagen, un sistema que está muy extendido. En cambio el sistema de enfoque -el modo de trabajo del mismo- que se instala en una cámara digital varía de un modelo a otro, siendo mas complicado y más -en teoría- efectivo cuanto más profesional es el equipo. De todos los modos de enfoque, podemos destacar el enfoque manual, el autofocus -automático-, el enfoque continuo y el enfoque predictivo. Hay más, pero de momento quedan reservados para las cámaras de gama alta. De hecho, los sistemas que nosotros vamos a tocar serán los dos primeros, pues ciertamente es casi una misión imposible encontrar otro sistema de enfoque distinto a estos en una cámara compacta.
Una fina frontera
Acostumbrados como estamos ya a una gran profundidad de campo en las cámaras digitales, nos olvidamos de la importancia de afinar el enfoque –o desenfoque. Por regla general, y, como hemos señalado, amparándonos en la ley del mínimo esfuerzo, dejamos esta importante tarea a los automatismos de la máquina. No debemos olvidar en ningún momento que, aunque la profundidad de campo que obtenemos con una cámara digital es muy elevada, la posibilidad de desenfocar existe. Si este desenfoque aparece en el plano principal de la toma, es más que probable que la foto se haya echado a perder.
El hecho de buscar el enfoque de forma automática es un proceso que consume dos elementos: energía de la batería -un bien muy preciado- y tiempo -más valioso todavía a la hora de tomar la fotografía. Además, la virtud del enfoque automático -el automatismo- se convierte en su principal defecto en multitud de ocasiones. Así, se corre el severo riesgo de delegar en la cámara la elección del punto de enfoque, lo que puede desembocar en un error de enfoque. Es por esta razón que el autofocus no es la solución milagrosa ni la herramienta indispensable.
La mejor forma de usar el autofocus es presionando el disparador hasta la mitad mientras encuadramos la escena a capturar. De esta forma, dejamos la cámara lista y dispuesta para que sólo tengamos que hacer clic. Por desgracia, no siempre tendremos delante la situación ideal para preparar, enfocar y disparar. La mayoría de las instantáneas que perduran en el tiempo no nos darán ni una décima para preparar y ni un instante para enfocar. Pero, como siempre, si la máquina sola no es capaz de dar un buen rendimiento, tendremos que ayudarla.
Enfocando con un dedo
El nuevo aliado que sumaremos a nuestro arsenal de técnicas fotográficas es el enfoque manual. De entrada, tiene una serie de características que nos incomodarán desde el primer día: es lento, difícil de ajustar y -casi siempre debido a nuestra escasa práctica- poco fiable.
Sin embargo, con un poco de práctica y paciencia, veremos que da mucho de si; sobre todo, cuando el autofocus resulta inefectivo. Esto suele ocurrir cuando queremos enfocar una escena delante de la cual hay objetos que dificultan la visibilidad. Si esta maraña es muy tupida, probablemente no conseguiremos enfocar jamás. Otra de las situaciones en las que el autofocus “enloquece” es aquella en que presenta una zona -donde queremos enfocar- de un tono homogéneo sin diferencias de contraste que tomar de referencia como, por ejemplo una pared completamente blanca. Lo mismo ocurre cuando la cantidad de luz ambiental no es suficiente. El modo de enfoque manual resolverá este problema fácilmente.
Sin embargo, no todo iba a ser tan fácil. El movimiento rápido es un duro adversario para lograr un buen enfoque. Como ya hemos apuntado, la velocidad no es una virtud en este tipo de dispositivos, por lo que tendremos que recurrir a otros caminos para lograr enfocar con acierto. No nos engañemos, en este tipo de tomas no sólo necesitaremos práctica: también necesitaremos suerte. El secreto consiste en tomar un punto de referencia para enfocar manualmente. Este punto generalmente estará situado en el suelo, pero atención con la medición; es probable que la medición de nuestro punto de referencia no sea la adecuada para la foto final.
El ultimo aspecto que hemos de tener en cuenta se refiere al uso de filtros y lentes suplementarias. El enfoque -desde el punto de vista mecánico- supone una variación en la posición de las lentes del objetivo. La mayoría de cámaras compactas enfocan variando las lentes internamente, pero algunas actúan también sobre la lente exterior, haciéndola girar en función del enfoque. Esto afectará al uso de filtros no homogéneos como, por ejemplo, los degradados o los polarizadores, por lo que tendremos que colocar el filtro después de realizar el enfoque.
La fotografía meteorológica es una disciplina difícil, quizás de las más difíciles del panorama fotográfico. Tal dificultad no reside en la base de su ejecución, sino en la teoría que hay detrás. Un meteorólogo logrará a buen seguro mejores capturas que un avezado fotógrafo. Y no por las habilidades fotográficas de ninguno, sino por la capacidad de anticipación del primero. En la atmósfera hay muchas variables, algunas de ellas siguen un patrón, y si conocemos esos patrones... la foto es nuestra.
Para ejecutar con acierto la fotografía meteorológica es necesario conocer al dedillo los fenómenos que estudia esta ciencia. Un fotógrafo de a pie mira al cielo y ve cielo. Como mucho, quizás vea nubes, y es posible que algún pájaro. Pero poco más. Para practicar con acierto la fotografía meteorológica es necesario conocer el antes y, sobre todo, el después. A hacerse videntes tocan.
Los procesos meteorológicos no son fruto de la casualidad, sino que siguen un esquema de comportamiento. Por esta razón, la mejor forma de hacer fotografía meteorológica es anticipándose a lo que va a ocurrir. Si queremos hacer fotos de tormenta, hemos de saber qué tipo de nubes se forman antes de la tormenta, y así estar prevenidos. Si una instantánea no es espectacular, quizás una secuencia de diez instantáneas realizadas en el intervalo de un minuto sí lo es.
Fotografiando el cielo
En la fotografía que nos ocupa quizás lo menos relevante sea el encuadre. Es evidente que una foto perfectamente encuadrada y compuesta entra por los ojos mucho mejor que una foto que tiene en primer término una farola. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la intención aquí no es la de hacer arte -al menos, no lo va a ser habitualmente. Lo que pretendemos es plasmar en una fotografía un comportamiento atmosférico, poco común o no, y si entre un rayo y nosotros se interpone un poste de teléfonos, pues bienvenido sea.
Por regla general, no vamos a necesitar altas sensibilidades. Salvo que caiga el sol o estemos fotografiando tormentas, la luz diurna tiene intensidad suficiente como para permitirnos trabajar sin problemas de velocidad de obturación. En cualquier caso, y puesto que va a ser el cielo el principal motivo de nuestras fotografías, recurrir a una generosa profundidad de campo será imprescindible. Por este motivo, lo primero que debemos sacrificar son los diafragmas abiertos.
El enfoque merece otra mención. Los cielos despejados o las nubes "celestialmente" blancas se caracterizan porque no ofrecen zonas de contraste, por lo que el autoenfoque de nuestra cámara puede volverse loco (recordemos que usa el contraste de la escena para enfocar). La solución más sencilla pasa por ignorar el enfoque y fijarlo directamente al infinito. Ahorraremos tiempo y baterías y nos quitaremos otra preocupación de la cabeza.
El balance de blancos también tiene su importancia en la fotografía meteorológica. La temperatura de color del cielo nublado no es la misma que para un sol radiante, y suele arrojar una dominante rojiza bastante molesta. Si la cámara no dispone de un balance específico para este tipo de iluminación o de un modo de balance manual, la mejor opción será utilizar el modo automático y prescindir del clásico modo prefijado para la luz de día.
En días muy nublados el balance de blancos puede ofrecer un mal rendimiento. Si la máquina no dispone de un modo específico para nubes, lo mejor es recurrir al modo automático.
Midiendo el sol
Hablemos, por último, del aspecto más importante -quizás- de la fotografía meteorológica: la medición. Medir un cielo despejado puede ser fácil. El problema surge cuando la luz no es uniforme. Los cielos tormentosos ofrecen bruscos contrastes, las nubes pueden ocultar tras de sí al sol, y éste puede aparecer en un claro cuando menos se le espera.
Teóricamente, no hay una medición ideal para la fotografía meteorológica. La medición matricial es fácilmente equívoca y la medición puntual no tiene en cuenta todos los contrastes. En este caso, se impone un uso adecuado de las opciones manuales, si disponemos de ellas, y de una medición de varias zonas de la imagen de forma puntual. La gran ventaja de la fotografía meteorológica es que disponemos de un tiempo para hacer pruebas, pero no nos engañemos: las nubes se mueven -¡y cómo!-, y aunque que parezca que estén quietas no significa que lo estén.